18 diciembre 2020
El pasado noviembre, EEUU ha celebrado una de las elecciones más decisivas e influyentes de su historia, y probablemente con más repercusión internacional que ninguna otra. Con ellas se ha librado una de las grandes batallas en la ola de polarización política identitaria mundial en la que nos hallamos inmersos. Se ha escrito mucho sobre estas elecciones y sus resultados, pero en nuestra opinión merece la pena resaltar algunas claves.
Las elecciones del 3 de noviembre han sido las de más participación de la historia reciente de EEUU (mayor del 67%), una participación que ha beneficiado a ambos partidos, situando a ambos candidatos a la presidencia como los candidatos más votados en la historia de EEUU. En este caso, la polarización social y política ha hecho que los ciudadanos percibieran la trascendencia del voto. Y todo ello en unas circunstancias muy difíciles, en medio de una pandemia con efectos devastadores para el país y con récord de participación anticipada o por correo.
A pesar de los desesperados intentos de Trump, que ha mostrado una vez más su falta de conciencia democrática y su inmenso ego, la realidad es que Joe Biden ha ganado las elecciones con un cómodo margen (7 millones de votos populares y 74 votos electorales de diferencia). Finalmente, ni el conservador tribunal supremo ha dado veracidad a las supuestas sospechas de fraude. Sigue siendo preocupante el creciente apoyo electoral recibido por un candidato tan controvertido, lo que nos habla una vez más de la profunda polarización identitaria que sufre el país, y del atractivo de personajes mediáticos que se sitúan fuera de la clase política común. Aun así, este apoyo debe considerarse en el contexto de un sistema electoral fuertemente bipartidista. A pesar de las tempranas dudas, la victoria de Biden es sólida. El nuevo presidente tiene un difícil trabajo por delante si quiere revertir esa gran polarización social que bebe de grandes desigualdades económicas, culturales e ideológicas, y que ha sido alentada durante los últimos 4 años. Su discurso marca la unión del país como una prioridad, pero están por definir políticas que empujen hacia ese objetivo.
El resultado de estas elecciones ha tenido además una significancia especial para algunos colectivos. Kamala Harris es la primera mujer en convertirse en vicepresidenta de la historia de EEUU. Además, tiene orígenes en el sudeste asiático y Jamaica. También el congreso es el de mayor presencia de mujeres de la historia. Para la población negra, abrumadoramente a favor de Biden, ha sido una gran vindicación. No solo por la incidencia del movimiento “Black Lives Matters”, sino también por las victorias en algunos estados del sur.
Estas han sido también las primeras grandes elecciones bajo la emergencia sanitaria mundial que nos envuelve. La pandemia no ha hecho más que acentuar la polarización. Las elecciones también han sido un plebiscito sobre las medidas sanitarias aplicadas y sus efectos económicos. Inicialmente se indicaba que la pésima gestión de la pandemia y su minimización por parte del gobierno de Trump favorecería a los demócratas. Sin embargo, la preocupación por la economía y por los efectos económicos de las medidas sanitarias han beneficiado probablemente también a Trump. Nadie duda de que la gestión de esta crisis afectará de una u otra forma a cualquier gobierno que se enfrente a las urnas.
A pesar de que el apoyo a un personaje como Trump sea preocupante y las políticas de EEUU bajo Biden no vayan a cambiar sustancialmente, su victoria electoral es algo que debería alegrarnos. Sobre todo, por la derrota de un mensaje. El de un presidente que es manifiestamente mentiroso, irracional, anti-ciencia, autoritario, sexista, racista, tramposo, xenófobo y agresivo. Su discurso y presencia en esa posición de poder es muy negativa, no solo por sus actos, sino por la imagen que transmite y la influencia internacional que tiene en personalidades similares. Derrocarlo en la misma forma que llegó es un mensaje internacional de esperanza para muchos que ven crecer esos mismos mensajes en sus territorios. Para Europa y el mundo, el resultado de las elecciones es una muy buena noticia. No se esperan muchos cambios en lo económico ni grandes transformaciones sociales, pero no pocas decisiones con impacto internacional tomadas en los últimos años se revertirán o matizarán. Algunas de las ya anunciadas tienen que ver con los acuerdos frente al cambio climático o la Organización Mundial de la Salud.
En clave interna, podría ser que el apoyo a Trump y que los demócratas no hayan conseguido el giro electoral que esperaban, centre más al partido Demócrata, alejándolo de las tesis más progresistas que representan Bernie Sanders o Elisabeth Warren, lo que supondrá un sentimiento agridulce dentro de esta corriente. Aunque las bases siguen agitadas, no parece que el país esté preparado para grandes transformaciones sociales, modestos en nuestra visión, pero radicales en EEUU. Además, en un país con los contrapesos muy definidos, un Senado finalmente en manos republicanas, y un Tribunal supremo conservador, pararán la mayoría de las nuevas iniciativas legislativas que se pretendan tomar. Aún más incierto es el futuro del partido republicano; si este pasará por una reedición de Donald Trump o alguno de sus descendientes, o si los resultados también centraran al partido en un intento de ampliar base electoral. La política americana es tremendamente personalista y, aunque el llamado “trumpismo” continue, sin Trump en la presidencia no será lo mismo. En manos de los conservadores y su respuesta a la política de Biden estará en gran medida el alivio de la polarización o el seguir alentando a los seguidores de Trump más radicales.
Es en EEUU donde mejor ha cristalizado la capitalización por parte de un personaje mediático y una opción política del sentimiento de desafección política y social que es común en muchos países, incluido el nuestro. La sociedad española y europea es muy diferente de la estadounidense. Sin embargo, algunos discursos forman parte de una estrategia global de alcance impredecible en estos momentos. Del saber encauzar esa desafección de una forma constructiva y contrarrestarla con políticas que aminoren la desigualdad económica y social creciente, depende en gran medida el futuro de nuestras sociedades democráticas.